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Un 20 de febrero, hijo mío…

Lo que vivió la Marea Amarilla en el Coliseum de A Coruña el 20 de febrero de 2016 no lo olvidarán jamás. Ni ellos ni quienes escuchen la historia de cómo doce tíos, defendiendo el color amarillo de toda una isla, no renunciaron a soñar.

Dominion Bilbao Basket amenazó pronto, mandando desde los compases iniciales del encuentro. Mumbrú anotó, y Hannah la clavó de tres mientras el Herbalife Gran Canaria no encontraba respuesta.

Lo hizo poco a poco con un inspirado Oliver. Un triple suyo daba ventaja a los claretianos (8-9, minuto 4), pero los bilbaínos seguían jugando con más comodidad en pista. Defendían con intensidad, anulaban todas las jugadas amarillas y cargaban con daño el rebote. Bogris y Hannah unieron fuerzas para disparar a los vascos en el primer acto (22-15).

No mejoró el panorama en el inicio del segundo período. Los de Sito Alonso seguían mandando sin muchos problemas y la renta no hizo más que aumentar. Llegaban los dobles dígitos de diferencia y la ventaja de los hombres de negro llegó a ser de 16.

Dairis Bertans convirtió nueve puntos consecutivos con tan solo la tímida respuesta de un gancho de Báez (36-20, minuto 16) y el Herbalife Gran Canaria sufría para anotar. Albert Oliver lideró una reacción claretiana que neutralizó Raül López desde 6,75 antes del intermedio (46-34).

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Un descanso para la historia

Y si te digo la verdad, hijo mío, no estábamos muy esperanzados. Claro que creíamos en nuestro equipo, que tantas alegrías nos había dado en Tamaraceite, en Rabadán, o en el Centro Insular. Pero aquellas eran unas semifinales de Copa del Rey en todo un coliseo coruñés y perdíamos por doce. 

Qué digo por doce, por diecinueve. Porque después del descanso no cambió nada; como mucho, a peor. No metíamos ningún tiro y los jugadores parecían sin ideas. Y el Bilbao Basket no aflojaba ni un segundo. Ni Bertans, ni Mumbrú, ni nadie. Por eso el marcador era de 55-36 cuando quedaban 14 minutos por jugarse. Sí, eran 14 pero sentíamos que fueran solo tres. Porque no veíamos la manera de evitar que el sueño más grande se viniera abajo de una manera tan rotunda.

Pero recordamos entonces nuestros comienzos. Yo, aquellas veces que tumbábamos a los más grandes. Mi padre, seguro, la vez que ascendimos a la ACB, elevando a nuestro entrenador hasta los cielos. Y supimos entonces que el Gran Canaria es una bendita locura que se debe vivir. Y se vive intensamente, soñando, y luchando.

Éramos muchas aficiones pero sonábamos nosotros. Lo hacíamos con ganas de guerra y los jugadores se contagiaron. Defensas, canastas, defensas. En un abrir y cerrar de ojos logramos un parcial de 0-12 y allí estábamos, a tan solo siete puntos. ¡Solo siete!

Empezamos el último cuarto perdiendo por 55-48, pero ya dos días antes habíamos remontada ocho puntos en el último cuarto. Ante uno de los mejores equipos de Europa aquella temporada. Teníamos aquel jugador ese año, Copito. Bueno, Sasu Salin. Metió un triple que nos hizo enloquecer, y luego nuestro eterno capitán puso su enésimo tapón de amarillo. Sitapha Savané es un nombre propio en nuestra historia, pero aunque no te lo creas, nunca había ganado un partido de Copa con nosotros. Se plantó en cuartos, y ayudó en la clasificación a semifinales. Y aquel 20 de febrero, hijo mío, se hizo eterno junto a tantos otros hombres.

Uno como Albert Oliver. Nunca nadie aprovechó tan bien sus 37 años. Una jugada suya en la pintura nos ponía 57-53 cuando quedaban unos siete minutos de partido. Y claro que creíamos. Desde el 55-36 no habíamos dejado de hacerlo. Cuando peor pintaban las cosas, más animamos. En eso consiste ser del Gran Canaria.

SEMIFINAL DBB-HGC 2Q (10)

Pero aquella noche, además, lo conseguimos. Se nos iban de siete tras un triple, 63-56, pero respondíamos rápido con Don Pablo Aguilar. Luego Sasu, todavía enchufado, robaba un balón que acababa metiendo desde 6,75. Y allí estábamos, 63-63 con 5:10 minutos por jugarse.

¿Era posible? Todos nos mirábamos sin poder dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Llevábamos un parcial de 8-27 y estábamos empatados. Corazón, alma y coraje. Y la bendita condición de ser del Granca, qué bella locura. Metimos dos tiros libres y por fin culminábamos la remontada. Y en ningún momento miramos atrás. Porque nuestra historia es preciosa pero para aprovecharla se ha de entender en el presente. Para poder soñar en el futuro.

Conseguíamos aumentar la ventaja y Eulis, otro eterno capitán, otro hombre de acero con cuerpo de gigante, clavaba un triple que celebraba con puño medio arriba. Sin florituras ni excesos. Eulis Báez regalaba un sueño a toda una isla con la elegancia que la pasión amarilla profesa. Una pasión que no entiende de lógicas ni de kilómetros.

Era 69-75 y quedaban 1:43 para el final. Quizá fue ese el momento en el que supimos que ya estaba hecho. Los jugadores no. Los jugadores siguieron luchando todos los balones, todas las posesiones. Sudaron nuestro escudo tal y como nosotros lloramos nuestras camisetas. Hombres hechos y derechos que nunca soñaron con ver a su equipo en la final de una Copa; niños que exhibían con orgullo sus caras llorosas, demostrando que ser del Granca era un honor. 

Los brazos en alto y las bocas afónicas. Y el corazón bien amarillo. El corazón bien del Granca. Aquel 20 de febrero, hijo mío, el Herbalife Gran Canaria llegó a la final de la Copa del Rey. Lo del 21 te lo cuento mañana, ¿te parece?…